Aceptar no es rendirse, ni bajar los brazos. Es, en realidad, abrir el corazón.
Es ese momento en el que, suavemente, dejamos de pelearnos con lo que es. Dejamos de exigirnos ser perfectos, de enojarnos con lo que no salió como esperábamos, y comenzamos a abrazarnos —así, tal cual somos. Porque aceptar no significa resignarse, sino mirarnos con ternura, comprender que vinimos a aprender, y que cada error, cada sombra y cada cicatriz, también son parte de nuestra luz.
“Aceptar es un acto de amor hacia nosotros mismos.”
En este plano terrenal, lleno de emociones, encuentros, pérdidas y aprendizajes, vinimos a transitar el camino del alma. Un camino que muchas veces es incierto, pero que siempre, siempre, tiene sentido cuando lo miramos desde el corazón.
¿Qué significa realmente aceptar?
Es dejar de resistir lo que nos duele.
Es soltar el juicio que nos pesa.
Es entender que todos, sin excepción, estamos aprendiendo a amar mejor.
Aceptar no es justificar lo que nos lastima ni callar lo que duele.
Es decir: “esto está pasando, y elijo vivirlo con conciencia y compasión”.
¿Qué sucede cuando empezamos a aceptar?
- Descansa la mente: ya no necesitamos luchar contra lo que no podemos cambiar.
- Se calma el corazón: al dejar de juzgarnos, nace una nueva forma de querernos.
- Fluyen los vínculos: cuando nos aceptamos, dejamos espacio para aceptar a los demás tal como son.
- Se despierta el alma: porque la paz verdadera nace cuando dejamos de exigirnos perfección y empezamos a vivir desde la autenticidad.
¿Cómo empezamos a practicar la aceptación?
- Observándonos sin juicio: escucha tus pensamientos sin pelearte con ellos.
- Perdonando: a ti y a los demás. Lo que pasó, pasó… y también fue una maestra.
- Respirando el presente: la atención plena es una forma de abrazar la vida tal como es.
- Reescribiendo nuestros errores: no como fracasos, sino como peldaños hacia tu verdad.
- Buscando compañía que nutre: personas que te miren con amor, y te inviten a hacer lo mismo con vos misma.
Para reflexionar
La aceptación es una semilla sagrada.
Una vez que la plantas en el corazón, florece en calma, compasión y libertad.
Porque cuando dejamos de resistirnos a la vida y la empezamos a mirar con ojos de alma… todo cambia.
Lo que dolía, enseña.
Lo que no entendíamos, se acomoda.
Y lo que somos, brilla.
Quizás, el acto más poderoso de sanación sea este: aceptarnos en el presente, mientras caminamos hacia nuestra mejor versión.
Y a ti… ¿qué te está invitando la vida a aceptar hoy?